En dialogo con el ateismo y el marxismo

Juan José Tamayo

Son muchos los recuerdos que se agolpan en mi memoria y las experiencias vividas juntos tras recibir la esperada, y no por ello menos triste, noticia del fallecimiento de Giulio Girardi, protagonista de algunos de los acontecimientos liberadores más significativos de la reciente historia del cristianismo, uno de los teólogos cristianos más lúcidos de la segunda mitad del siglo XX, filósofo político anti-neoliberal y conciencia crítica del catolicismo romano desde el corazón mismo de la Ciudad Eterna, donde ha vivido durante muchos años.

Nacido en Egipto en 1926 de familia sirio-libanes e italianA, ingresó siendo adolescente en la Congregación Salesiana, de la que fue expulsado en 1977 tras cuarenta años de vinculación. Recibió una sólida formación interdisciplinar: filosófica, teológica y sociológica, que desarrolló posteriormente en sus numerosas publicaciones y en su docencia como conferenciante y profesor en diferentes universidades y centros católicos, y en la universidad de Sassari, Cerdeña, donde impartió la asignatura de filosofía política de 1978 a 1996. Tres fueron los momentos más brillantes y creativos de su biografía intelectual y de su militancia política: el Concilio Vaticano II (1962-1965), el diálogo cristiano-marxista y su compromiso con América Latina durante los últimos treinta años..

Sus aportaciones en el Vaticano II fueron claves en la elaboración de la Constitución sobre el Mundo, donde coincidió –y discrepó- con el arzobispo de Cracovia (Polonia) Karol Wojtyla, luego papa Juan Pablo II, perteneciente al sector conservador. Sus lúcidos análisis teológicos y políticos contribuyeron al cambio de paradigma eclesial: de la Iglesia que juzgaba y condenaba al mundo como enemigo del cristianismo junto con el demonio y la carne, a la Iglesia ubicada en el mundo y solidaria con los gozos, tristezas y esperanzas de los hombres y mujeres, especialmente de quienes sufren. Participó activamente en los debates sobre el ateísmo, que dieron lugar a uno de los textos más logrados y mejor fundamentados de los documentos conciliares. También en este terreno colaboró al cambio de actitud de la Iglesia: del anatema al diálogo, no sin antes hacer un riguroso análisis de las distintas formas de ateísmo, de sus causas y de la responsabilidad no pequeña de propios cristianos en su génesis por no haber dado testimonio del Dios en quien decían creer y por haber presentado el mensaje cristianos con categorías trasnochadas. Su obra magna en este campo fue la gran enciclopedia sobre el El ateísmo contemporáneo, en cuatro volúmenes, en la que, bajo su dirección, participaron los más prestigiosos especialistas de la época, creyentes y no creyentes.

Girardi dejó una huella, ya indeleble, en el diálogo cristianismo y marxismo. Primero con su participación en las conversaciones cristiano-marxistas celebradas, bajo los auspicios de la Paulus Gsellschaft, en Salzburgo (Austria), Herrenchiemsee (Baviera, Alemania), Marienbad (Checoslovaquia), etc. donde tuvo como interlocutores a intelectuales marxistas como Lombardo Radice, Cesare Luporini, Roger Garaudy, Milan Machovec, y a teólogos católicos como Johann Baptist Metz, Rahner y a los españoles Jesús Aguirre, Alfonso Álvarez Bolado y González Ruiz. Unos y otros contribuyeron a desdogmatizar el cristianismo y el marxismo, entendidos hasta entonces como sistemas de creencias, y a tender puentes de encuentro por el camino de la ética liberadora de los pueblos oprimidos. Jesús Aguirre recogió en Taurus las aportaciones de Girardi en las citadas conversaciones en un excelente libro titulado Marxismo y cristianismo, con prólogo del mismo Aguirre y presentación del cardenal Franz König, arzobispo de Viena y presidente del Secretariado para los No Creyentes.

Girardi fue, a su vez, inspirador, impulsor e ideólogo del movimiento Cristianos por el Socialismo, que celebró su primer Congreso en Santiago de Chile en abril de 1972 y se constituyó en España, en plena clandestinidad, en septiembre de 1973. Era –y sigue siendo- un movimiento político y religioso que pretendía quebrar la incompatibilidad –instalada en la mente de no pocos cristianos y marxistas- entre marxismo y cristianismo, amor cristiano y lucha de clases. Desde el punto de vista religioso iba más allá del paradigma renovador del Concilio Vaticano II y proponía una transformación del cristianismo dentro del proceso de transformación global. En el terreno político viraba hacia la izquierda y anunciaba un cambio radical –una revolución, mejor- en la correlación de fuerzas que intentaba hacer realidad modestamente la proclama del Che Guevara: “El día en que los cristianos se atrevan a dar testimonio revolucionario integral, la revolución latinoamericana”. Girardi reconocía que Cristianos por el Socialismo era “signo de contradicción”, ya que, para unos cristianos, se presentaba como la única posibilidad de seguir siendo cristianos” y, para la mayoría de la jerarquía y de la teología dominante, era un movimiento cargado de ambigüedades y constituía un escándalo dentro y fuera del cristianismo.
Girardi planteaba entonces muy certeramente el problema del cristianismo -planteamiento que conserva hoy toda su actualidad- en estos términos: “¿Pertenece el cristianismo al mundo que nace o al mundo que muere? La presencia de cristianos que, incluso como cristianos, se comprometen en la construcción del socialismo en todas las partes del mundo, es un signo de confianza en el porvenir del cristianismo, es la señal cierta y evidente de que el cristianismo no pertenece solamente al mundo que muere, sino también al mundo que nace”.

El tercer momento, el más largo y radical, fue su compromiso con la liberación de los pueblos de América Latina y el Caribe, sobre todo su compromiso con la revolución cubana, con la revolución sandinista y con los pueblos indígenas sometidos al colonialismo tanto exterior como interior. Ahí queda, todavía sin responder, su pregunta incisiva en tono de denuncia, que da título a uno de sus libros más emblemáticos: La conquista, ¿con qué derecho? Y el Centro Antonio Valdivieso, donde escribió algunas de las mejores investigaciones sobre sandinismo, marxismo y cristianismo en la nueva Nicaragua. Es, sin duda, la mejor herencia que nos deja para continuarla y enriquecerla en el nuevo escenario político y religioso latinoamericano y caribeño tan esperanzado como amenazado.

El pensamiento y la praxis de Girardi fueron durante más de medio siglo la conciencia crítica del catolicismo romano. En su ensayo La túnica rasgada hace un análisis demoledor e iconoclasta muy certero del proyecto de restauración cristiano-católica de Juan Pablo II a partir del modelo polaco, de la doctrina restauracionista de la ortodoxia cristiano-católica desde el dogmatismo de Ratzinger -hoy Benedicto XVI- y del proyecto de restauración católica del capitalismo, vinculada con la restauración imperial de los Estados Unidos de América bajo el impulso de Ronald Reagan. Ronald Reagan, Margaret Tatcher y Karol Wojtyla fueron, ciertamente, los tres tenores del neoconservadurismo en la década de los 80 del siglo pasado. Y, junto al análisis de la restauración, la crítica del eclesiocentrismo, una constante en la historia del cristianismo -vigente todavía hoy-, que opera como elemento ideológico, a veces inconsciente y por ello más peligroso, de legitimación de los grupos dominantes, de su economía, su política neoliberal y su cultura hegemónica. ¡La Iglesia católica, su organización, su doctrina, su liturgia, su rico simbolismo, al servicio del poder religioso, político, económico y cultural en cuádruple alianza! ¿No está en contradicción con el proyecto liberador del profeta de Nazaret, indignado con los mismos poderes que ahora legitima el catolicismo oficial?

Girardi reescribió la historia desde su reverso, haciéndola avanzar por el camino de la libertad y de la liberación, e interpretó el evangelio desde el lugar de los pobres: son las dos mejores lecciones que nos deja en medio de la orfandad y que podemos leer en sus libros, ¡más de 50!