Ada María Isasi-Díaz: en lucha contra el patrarcado di JJ.Tamayo

Juan José Tamayo (*)

Con la muerte de Ada María Isasi-Díaz el pasado 13 de mayo se ha apagado una de las voces más lúcidas e influyentes del feminismo latino y de la teología feminista en los Estados Unidos y América Latina. Nacida en 1943 en La Habana (Cuba), se trasladó con sus padres a U.S.A. en 1960 y se graduó en el College of New Rochelle de Nueva York en Historia Europea. Durante la década de los 80 del siglo pasado estudió teología en Union Theological Seminary en Nueva York, donde obtuvo el doctorado en la especialidad de Ética Cristiana, disciplina que explicó a lo largo de dos décadas en la escuela de Teología de la Universidad de Drew (Nueva Jersey), junto con otras asignaturas relacionadas con la cultura hispana y la religión en los Estados Unidos, como Cultura hispánica, Ética del poder, Teoría de la justicia, Ética social, Ética feminista. Poseía una excelente formación interdisciplinar, que se reflejaba en sus libros y en sus conferencias, cargadas de referencias históricas, antropológicas, científicas, culturales, etc.

A su formación interdisciplinar hay que sumar su profundo conocimiento del mundo entero: América Latina, Estados Unidos, Asia, África, Europa, de sus tradiciones culturales y religiosas, de las diferentes cosmovisiones. Lo que le permitió experimentar la diversidad étnico-cultural y el pluriverso religiosos de los pueblos, y pensar la realidad histórica y la naturaleza no dual y dicotómicamente, y menos en términos de confrontación, sino en clave de pluralismo, respeto, diálogo y convivencia. Nunca se desligó de su Cuba natal, que llevaba en su mente y en su corazón. En su país desarrolló una intensa actividad intelectual de 1997 a 2004, que se vio obligada a interrumpirse por la política represiva impuesta por Bush. Fue profesora de teología en el Seminario Evangélico de Matanzas (Cuba), de muy grato recuerdo para mí porque allí participé en 1997 en el encuentros de CETELA (Consulta de Educación Teológica para América Latina y el Caribe), donde tuve oportunidad de compartir interesantes debates con Elsa Tamez, Enrique Dussel, Franz Himkelammert y otros teólogos y teólogas de la liberación, y donde expuse por primera mi propuesta del Nuevo paradigma teológico (luego convertida en libro, Trotta, Madrid, 2009, 3ª ed). Todos sus viajes por el mundo estaban guiados por un mismo propósito: despertar la conciencia de las mujeres para asumir su propio destino, luchar contra las diferentes manifestaciones del patriarcado y abrir caminos de liberación desde la teoría feminista y el compromiso militante.

Varios fueron los renaceres que tuvo a lo largo de su vida, según su propio testimonio. El primero sucedió en Lima (Perú), donde trabajó como misionera de 1967 a 1969. Fue allí donde vivió en su propia carne la realidad de la pobreza, tomó conciencia de que la justicia era el mensaje central del evangelio y practicó la solidaridad con los pobres y excluidos como condición necesaria del trabajo por la justicia. Aquella experiencia la marcó de por vida y se convirtió en su principal seña de identidad a la hora de vivir un cristianismo comprometido con los sectores más vulnerables de la sociedad.

Su segundo renacer fue durante la Primera Conferencia para la Ordenación de las Mujeres en Detroit (Michigan), donde se despertó en ella la conciencia feminista que, unida a la opción por los pobres, constituyó el horizonte de su intensa actividad intelectual, que desarrolló en Estados Unidos, América Latina, Asia y África. Fue allí donde empezó a tomar conciencia de que dos de las principales raíces de la opresión a la que se ven sometidos los pueblos son la pobreza y el sexismo, lo que pudo constatar de manera más acusada en el Tercer Mundo. Pobreza y sexismo no caminan en paralelo, sino al modo de rizoma y se refuerzan mutuamente. Su trabajo tenía un objetivo bien definido: luchar contra las raíces y las manifestaciones del sexismo presente en la sociedad, en el mundo de las religiones, en las iglesias cristianas y en la teología, incluida la de la liberación latinoamericana, poco sensible, en sus orígenes, a la discriminación y las desigualdades de género. La lucha se centró de manera especial en la defensa de las mujeres latinas dentro de los Estados Unidos, que sufrían una múltiple opresión: por ser mujeres, por ser inmigrantes, por pertenecer a los sectores empobrecidos, por el desconocimiento del inglés y, en el caso de la población negra, por el color de la piel.

A partir de esa experiencia cultivó la teología feminista en diálogo con otras teologías de la liberación, incorporando las categorías del pensamiento feminista y re-ubicándolas en el mundo de las mujeres latinas. Su principal y más original aportación fue la teología mujerista, que expuso en conferencias, artículos y libros, entre los que destaca Teología mujerista. Una teología para el siglo XXI (Mensajero, Bilbao). Dos son las claves de esta teología. Una, la constatación y el análisis de los estrechos vínculos que unen las diferentes formas de marginación de las mujeres: sexismo, clasismo, etno-racismo y marginación social. Otra, la propuesta ética de una justicia de género con sólidas bases evangélicas. Ada María creía, con razón, que el movimiento feminista euro-americano o no tomaba en cuenta “el prejuicio étnico/racial que sufrimos las latinas en Estados Unidos” o no le daba la importancia merecida. Esa es una de sus más graves carencias, ya que, a su juicio, las diferentes manifestaciones de dicho prejuicio se apoyan, complementan y refuerzan, y tornan más opresivas las prácticas sociales, económicas, políticas y culturales para las mujeres latinas. Estas fueron las razones que la llevaron a dar a su reflexión teológica el nombre de “teología mujerista”.

Compartimos numerosos encuentros sobre todo en el Foro Mundial de Teología de la Liberación, que reúne a teólogos y teólogas de la liberación y del diálogo interreligioso del Tercer y Primer Mundo y que viene celebrándose bianualmente desde 2005 cada dos años en el marco del Foro Social Mundial. El último encuentro en el que coincidimos fue el IV Foro Mundial de Teología y Liberación celebrado en Dakar (Senegal) del 4 al 11 de febrero de 2011. Juntos visitamos la isla de Gorée (de los Esclavos), y experimentamos uno de los mayores impactos por el sufrimiento de millones de seres humanos sometidos a esclavitud.

Escuché a Ada María por última vez en aquel Foro en una carpa del campus universitario de Dakar en una ponencia que compartimos. Con la brillantez, la convicción y la vitalidad que caracterizaban su discurso Ada María habló de las cinco formas de violencia e injusticia interconectadas de nuestro mundo contra las mujeres: explotación, marginación, imperialismo, falta de poder y violencia sistémica contra las mujeres.

1. Definió la explotación como la apropiación de lo que otros producen para nuestro beneficio o provecho. En su aplicación a las mujeres tiene el nombre de “feminización de la pobreza”, que consiste en el aprovechamiento de lo que las mujeres producen en beneficio de los varones. Por ejemplo, las mujeres ejercen la mayor actividad agrícola en el mundo y solo se benefician del 10%.

2. Calificó la marginación como de la más peligrosa forma de violencia e injusticia por la minusvaloración de las mujeres que implica, ya que cuando estas son marginadas se justifica con expresiones como “ustedes no valen”, “ustedes no merecen nuestra consideración”. O, más sibilinamente todavía, “hablemos primero de la pobreza, luego de las mujeres”, “resolvamos primero el problema de la pobreza, después nos ocuparemos de resolver lo referente a las mujeres”. Y lo más grave es que las mujeres terminan por internalizar lo que la sociedad piensa de ellas.
3. Imperialismo: los poderosos imponen sus prejuicios como normativos. Por ejemplo, los prejuicios de los hombres sobre las mujeres; los de los heterosexuales sobre los homosexuales. Los prejuicios se revistan de objetividad y terminan por imponerse como verdades incuestionables.

4. Falta de poder. Ada María distinguió muy certeramente entre autoridad y poder. La autoridad es interior. El poder es exterior y se ejerce sobre otra persona en beneficio de quien lo detenta. Las mujeres rara vez han tenido poder y siguen sin tenerlo, “pero sí tenemos autoridad”.

5. La violencia sistémica contra las mujeres por ser mujeres comienza con el uso del lenguaje excluyente, que niega a las mujeres, sigue con su invisibilización a través de la reclusión en la esfera doméstica y la exclusión de los espacios de responsabilidad en la esfera pública y desemboca en el feminicidio a escala mundial. Ciertamente, “la violencia contra las mujeres constituye el núcleo esencial de la opresión ‘quirárquica’”, afirma Elisabeth Schüssler Fiorenza, idea compartida por J. Carlson Brown, para quien la violencia y los abusos sexuales “son los grandes instrumentos del patriarcado en apoyo del dominio de los varones sobre las mujeres”.

La mañana del 8 de febrero de 2011 tuve el privilegio de estar a su lado en Dakar compartiendo el panel, de escucharla y de tomar nota de su ¡magnífica lección de ética feminista aplicada! Es el mejor y postrer recuerdo que conservo de Ada María y que quiero compartir con familiares, amigos, amigas, colegas, hombres, mujeres, niños, niñas, jóvenes, compatriotas, personas que la conocieron, pero también con la gente que no tuvo la suerte de conocerla. Es mi modesto homenaje a una persona cabal, una amiga entrañable, mujer coherente, teóloga feminista de la liberación, cuya mejor lección fue su vida.

(*) Director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones “Ignacio Ellacuría”. Universidad Carlos III de Madrid